Mi postparto inmediato sucedió en pleno invierno, no es el invierno al que estoy acostumbrada en México tan cerca del ecuador donde la temperatura a penas cambia y las horas de sol que se pierden son mínimas, en las latitudes en las que me encuentro hoy los inviernos son oscuros, el sol se esconde a las 5 pm para volver a saludar hasta las 9 de la mañana y particularmente en Holanda ese sol está cubierto por nubes, la naturaleza muere y la idea de ir hacia adentro en invierno es mucho más que una simple metáfora. Estaba terriblemente sensible, me sentía tan vulnerable como la bebé de semanas que tenía en mis brazos, el arquetipo de la mártir me envolvía y me sentía víctima del mundo.
Un día Santiago bajó las persianas sin darse cuenta que ahí estaba mi pequeña orquídea, rompiéndole una flor y yo lloré. Lloré porque me sentía igual de delicada, de frágil y de descuidada. La oscuridad del invierno acompañaba a mi oscuridad interna, estaba enojada con el mundo por no recibir ese amor que tanto miedo me daba pedir, mi cabeza me atormentaba y sentía que me marchitaba. No me sorprendió que mis plantas empezaran a morir, por más que las regaba seguían languideciendo y no encontraba en mí la fuerza para sostener su vida. Me rendí ante su destino y tomé mi campanilla para despedirme de ella, gracias por venir a vivir conmigo, gracias por regalarme tantas flores, no puedo cuidarte más, tengo que dejarte morir, le susurré mientras la tomaba en mis manos. Unos días después la saqué de la casa. Todo se sentía gigante, trascendente, dramático.
La albahaca de la cocina vivió una suerte similar, empezó a decaer y yo me resigné a su muerte. Encontré en sus hojas incontables puntitos negros, llena de parásitos y nuevamente no me sorprendió, eran idénticos a los pensamientos oscuros que parasitaban mi mente, chupandose mi paz. No tenía fuerza ni motivación para quitarle la plaga, los remedios que no son tóxicos necesitan dedicación y disciplina y las mías se encontraban dedicadas totalmente a mi bebé así que acepté que mi albahaca eventualmente moriría pero cada vez que me acercaba para llevarla a la calle me sorprendían un par de hojitas tiernas brotando por ahí y no me atrevía a abandonar una planta que estaba tan llena de vida, mientras sus hojas morían y su tallo se quedaba pelón ella decidió seguir creciendo, a pesar de los pulgones que la devoraban encontró la fuerza para germinar y esta imágen me llenó de esperanza, igual que ella yo estaba luchando por mi vida y si ella podía germinar aún llena de plagas yo también podía.
Y así el invierno fue pasando, los días empezaron a ser más largos y con la llegada de la primavera, en efecto, mi albahaca floreció, encontré un insecticida amable y de la mano del sol poco a poquito volví a brillar.
¡Qué lindo texto! ¡Tan esperanzador! Efectivamente algunas mujeres, si no es que todas, tienen depresión después del parto y se apoyan en la familia; pero no estábamos contigo y te ayudó una plantita a sobreponerte. Admiro tu fortaleza para emprender ese viaje del embarazo y parto en un país extraño, sin todos tus amigos y familiares que te amamos, siempre admiré tu valentía para dejar este mundo que forjaste con tu carácter para vivir el amor plenamente.
He pensado mucho en ti en esos momentos que se necesita a la madre, a los seres queridos y me duele no haber estado ahí, contigo, para ti ayudándote con ese precioso ser de luz que nos has regalado.
Me gustó mucho tu texto, no me canso de repetirte lo buen escritora que eres y no sé porque no lo había leído, bueno, no lo había visto porque tenía problemas con el correo ahora está mejor, te felicito una vez más porque sabes como tocar el alma de los otros, me conmueves hasta las lágrimas.
Recuerdo el escrito a tu padre que hice mío y no se si lo puedes recuperar, me gustaría releerlo.
Mi niña adorada te quiero y extraño tanto nuestras pláticas, en fin tu elegiste tu camino y admiro tu decisión, te felicito, te amo. besos para ti, para Lucía y Santiago. Te mando todo mi amor
Tu Nonna Silvia.