día -1: de anestesia
15 de agosto, 2023, Ciudad de México.
Estos días he pensado mucho en “las anestesias”. Donde me entrené como terapeuta llamamos anestesia a cualquier sustancia, comportamiento u actividad utilizado para evadir algo que no queremos enfrentar, generalmente porque duele. Las adicciones a substancias son las anestesias más evidentes y más fáciles de abordar, pero cuando las has dejado (como yo) las anestesias se vuelven más sutiles. Adicción al celular, al sufrimiento, a una persona, a la adrenalina, al trabajo, inclusive ver una película o leer un libro puede considerarse anestesia si lo haces para dejar de sentir algo.
Ahora, si le ponemos un lente astrológico, Neptuno es el planeta de las adicciones, la evasión, la desconexión, lo nebuloso, lo poco claro y curiosamente rige la anestesia también (sí, los planetas también rigen objetos y substancias físicos) y el año pasado mientras mi abuela atravesaba el proceso de remover un tumor de cáncer de piel que tenía en el cachete y mi hermana lidiaba con temas personales que sacudían profundamente a la familia tuve una caída de veinte que me me llevó a profundizar mi entendimiento sobre la manera en que todas estas cosas se unen.
Mi abuela llevaba tiempo con esa erupción cutánea en el cachete derecho, se quejaba de ella, la tapaba con maquillaje y luego con los cubrebocas pero no pasaba mucho más. Nos acostumbramos a su existencia, era como un miembro más de la familia, lo bautizamos “el volcán” o “el monstruo” se mencionaba de vez en cuando y seguíamos con nuestras vidas, lo veíamos crecer sin hacer mucho al respecto, fue hasta que empezó a jalar su ojo que decidió poner manos a la obra y atenderlo. Mi primer golpe de realidad fue cuando la biopsia reveló que era cáncer. Mi memoria desempolvó el recuerdo de hace algunos años donde se mencionaba algo relacionado con cáncer y mi abuela, pero que convenientemente olvidé, me sorprendió enormemente como tomé ese pedazo de la realidad y decidí esconderlo, actuar como si no fuera cierto, extraerlo de mi vida, taparlo con maquillaje, con un cubrebocas, dejar de hablar de eso con la esperanza de que desapareciera. Al final tenía sentido, era algo tan doloroso que era mejor anestesiarlo, pero ahora el adormecimiento se había desvanecido y sólo quedaba la verdad mirándome de frente.
Después mi terapeuta (que tiene un excelente tino para este tipo de cosas) me recomendó la serie Inventing Anna diciéndome que le recordaba a mi. Empecé a verla y hubo una escena que conectó todos los puntos en mi interior: nuestra protagonista es confrontada con sus mentiras y lo niega todo, se ofende, hace un drama y se va del lugar. Mientras la veía me costaba entender si era cinismo puro y duro o si la red que había tejido con sus mentiras era tal que la habían atrapado y ella misma creía que eran verdad, siempre me ha sorprendido mucho la gente que miente tan descaradamente, como esa ex amiga que se pintaba el pelo pero defendía fervientemente que era pelirroja natural, o esa otra chica que se inventó un novio falso. Realmente me pregunto qué tan conscientes están de que es una mentira, me intriga muchísimo qué es lo que sucede dentro de sus cerebros. Regresando a la serie, esa escena me hizo enfrentar una verdad a la que yo le había estado dando la vuelta: la anestesia se utiliza para mitigar el dolor. Pensé en todas las veces que juzgué a mi familia por evasiva y pude entender que el tamaño de su evasión era proporcional al tamaño de su dolor, recorrí mentalmente las historias de mi mamá, mi hermana, mi abuela y lloré largo y tendido por las niñas que fueron, observé el sufrimiento que cada una tuvo que atravesar, curiosamente la anestesia se desvaneció y pude ver todo con dolorosa claridad, la compasión me cubrió con su manto y conecté también con el dolor de la niña que habita en mi, observando mi propia huida, mis propias adicciones, mi propia negación.
Y así entendí que evadir y maquillar la realidad es una solución a corto plazo que no hace nada por el dolor a largo plazo más que incrementarlo, es tomar un analgésico para evitar atenderte una muela, se siente bien al momento hasta que la muela queda inutilizable y lo único que queda es sacarla.
Por eso la práctica que más ha cambiado mi vida ha sido decir la verdad. Desvanecer cualquier tipo de mentira por blanca e inocente que parezca, dejar de poner excusas cuando no quiero hacer algo, dejar de decir cosas con las que no estoy tan de acuerdo sólo para quedar bien o con el afán de no incomodar, ser honesta conmigo y con otros me ha llevado a un enorme crecimiento interno. Como persona hábil con las palabras caigo en la trampa de mentirme a mi misma, de construir un discurso que encaje perfectamente con eso que no quiero enfrentar y me permita “vivir tranquila” evitando la incomodidad. Pero la verdad tiene esta fuerza arrasadora, siempre sale a la luz, como dicen y al mismo tiempo es lo único que realmente nos libera, observar lo que tapa cada mentira que quiero decir, desmenuzar cada excusa me ha llevado a descubrir lugares donde todavía no me abrazo con todo lo que soy, espacios que sigo maquillando para que sean más agradables y al encender la luz en estos lugares me acerco cada vez a mi, me paro con más fuerza y siento más confianza en mí y en mi propia percepción, porque mientras menos me trago mis mentiras, más se desarrolla mi olfato hacia las ajenas, porque nada me da más seguridad que la certeza de que nadie puede engañarme a menos que yo esté engañandome a mi misma. He vivido en carne propia la fuerza del autoengaño y mi sistema es familiar con las adicciones, por lo cual es una parte de mi vida que observo con atención cada día.
Todo esto para contarte que estos días previos a mi partida me invadió una calma extraña, ya no me sentía triste ni nostálgica y constantemente me preguntaba, ¿estaré en evasión? dudaba si la calma venía de que había estado reconociendo mi dolor y llorándolo cada que se presentaba o si era la calma propia de quien se ha adormecido. Pero si algo he aprendido es a dejar de torturarme con esta voz que me dice “todo va marchando muy bien, seguro estás haciendo algo mal” y pude simplemente entregarme a lo que estaba sucediendo así tal cual estaba siendo (uno de los regalos de mi embarazo)
Y mientras navegaba estos últimos días sintiendo esa calma de origen incierto pensaba tanto en lo mucho que he juzgado a las anestesias y las reivindicaba en mi interior, reconociendo que muchas veces ha sido gracias a ellas que he podido caminar por los momentos más difíciles de mi vida, cuidando no idealizarlas, me prometía seguir trabajando para no necesitarlas y al mismo tiempo reconocía la valentía que he tenido para irlas desvaneciendo poco a poco.